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La Hipocresía de Juan Pablo II, Benedicto XVI y los curas salvadoreños




Recientemente el Vaticano  y el papa Francisco, dieron la noticia  que alegró el corazón de los  salvadoreños, el papa ordenó desbloquear  el proceso de canonización de  Monseñor Romero.

Las mentiras del papa Juan Pablo II y de Benedicto XVI -– ambos anticomunistas de la Guerra fría -–gracias a la hipocresía y derechización  de los sacerdotes salvadoreños, calificaron a Monseñor Romero, de “estar con los comunistas” y en sus homilías, “ponía en peligro la Paz en El Salvador”.

Estos calificativos fueron apoyados por la derecha salvadoreña, que había iniciado una guerra de exterminio de los salvadoreños  con la creación de los “escuadrones de la muerte” que dirigió  el Mayor Roberto  d´Aubuisson fundador del partido ARENA, quienes asesinaron  a unos 75 mil salvadoreños, que luchaban contra la dictadura militar  que había impuesto el gobierno de los Estados Unidos, dentro  de la llamada “operación Cóndor”.

Monseñor Romero fue ordenado arzobispo en 1977 y tuve la suerte  de conocerlo y de haber iniciado con él, la revista del CELAN  en San José  de la Montaña  y conocí en pocos días, el fanatismo de los obispos derechistas que estaban en contra de Monseñor Romero.

En un escrito de padre Jesuita  Jon Sobrino, habla de Monseñor Oscar Arnulfo Romero  y cuando fue electo el papa Francisco, el padre Jon  Sobrino  lo criticó por su actuación durante dictadura militar  en Argentina.

Jon Sobrino escribió: “El  positivo el significado del proceso oficial de canonización, pero comencemos diciendo que el de Monseñor Romero no ha sido nada evidente. Recordemos algunos datos importantes.

(a) En vida, a diferencia, por ejemplo, con lo ocurrido con la madre Teresa de Calcuta --acogida y venerada por Iglesias y gobiernos–- Monseñor Romero no fue bien visto, en general, por la jerarquía eclesiástica. Es bien conocido que aquí en El Salvador Monseñor fue atacado por todos los obispos salvadoreños con la excepción de Mons. Rivera. Esto puede parecer hoy sorprendente y desconcertante, pero en su día fue de dominio público. Varias veces sus hermanos obispos se pronunciaron contra él. Cuando junto con Mons. Rivera publicó su tercera carta pastoral sobre "La Iglesia y las organizaciones populares" -–magnífica carta tenida internacionalmente como pionera sobre el tema-–, los otros cuatro obispos publicaron un breve mensaje en el que la contradecían. El mismo Monseñor dejó escrito en su diario espiritual, un mes antes de ser asesinado, que uno de sus grandes problemas, junto al miedo a la muerte que preveía cercana y su vida espiritual -–preocupación ésta de alma delicada-–, eran sus hermanos obispos. "Otro aspecto de mi consulta espiritual... fue mi situación conflictiva con los otros obispos" (25 de febrero de 1980). De hecho, sólo Mons. Rivera asistió a su entierro. Y hasta el día de hoy algunos de ellos siguen expresándose en su contra. En la reciente vista de Juan Pablo II a El Salvador, en 1996, cuando el papa preguntó a los obispos qué pensaban de la canonización de Monseñor, el entonces presidente de la Conferencia Episcopal respondió que Monseñor Romero había sido responsable de 70,000 muertos.

Y en el Vaticano las cosas no fueron muy diferentes. El nuncio estaba en su contra. En la congregación para los obispos se pensó seriamente en destituirlo o anularlo, dejándolo como figura decorativa con un administrador sede plena con plenos poderes. En poco más de un año, el Vaticano envió tres visitadores apostólicos -–medida extrema que normalmente se utiliza cuando hay serios y graves problemas en una diócesis. Con el papa Pablo VI le fue bien, y salió confortado de su visita en 1977, pero la primera visita a Juan Pablo II fue dolorosa, pues el papa no pareció apreciar la gravedad de la persecución a la Iglesia salvadoreña y más bien le puso en guardia de hacer el juego al comunismo. Muy distinta será su actitud posterior, pero en aquel entonces Monseñor Romero dejó el Vaticano triste y lloroso, buscando consuelo en el cardenal Pironio y en el Padre Arrupe, expertos también en incomprensiones vaticanas.

Después de su asesinato -–aunque no fuese más que por pudor-–, la tesis oficial, que sospechaba del ministerio de Monseñor, se hizo más benigna, pero en definitiva seguía siendo de desaprobación hacia su persona: Monseñor habría sido una buena persona, pero ingenuo y sin personalidad, de lo cual otros se aprovecharon para manipularlo, sobre todo los jesuitas. La verdad es que Monseñor Romero, con su fidelidad a Medellín y Puebla, al Evangelio y a los pobres, introducía el conflicto en la Iglesia, sacaba a luz actitudes eclesiales poco coherentes, y con su ejemplo interpelaba a la honradez. Por ello la oposición fue honda y las cosas sólo cambiaron con el viaje de Juan Pablo II a El Salvador en 1983. En aquellos años nada hacía pensar que la Iglesia oficial estuviese interesada en canonizar a Monseñor.


(b) La segunda dificultad para la canonización, no decisiva, pero que sí hay que tener en cuenta de alguna forma, proviene del conflicto que aquélla puede generar con gobiernos y otros poderes, conflictos que, en la medida de lo posible, se desean evitar. En el caso de Monseñor -–y dada la cercanía de los hechos–-, la canonización es objetivamente una provocación -–inevitable, no antojadiza–- para muchos de los poderosos en El Salvador. En efecto, al canonizarlo, se está proponiendo como cristiano y como ser humano ejemplar, digno de imitación y beneficioso para el país, a quien ha sido odiado y difamado hasta el extremo”.

Monseñor Oscar Arnulfo Romero, nuestro arzobispo Mártir, todos  los  “primeros de mayo”  día de los Trabajadores, acompaña  a los trabajadores salvadoreños. 

¡¡¡Monseñor ya es nuestro San Romero de las Américas!!!  ¿Quién dijo miedo a la derecha  de la iglesia católica  y al Opus Dai.

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